Reflexiones ante la violencia de género y la necesidad de proyección programática del movimiento feminista

Por Irune Martínez y Laura Dragnic

En los últimos años hemos sido testigos de un resurgir del movimiento feminista, el cual se ha fundado -principalmente- en la lucha contra la violencia de género en un sentido amplio, esto es, la violencia dentro de la pareja, el acoso callejero, el acoso sexual en las universidades y lugares de trabajo, entre otras formas. Todas estas distintas expresiones de la violencia contra la mujer han sido visualizadas y condenadas como parte de un sistema naturalmente violento contra las mujeres. Dentro de este panorama, los llamados de alerta sonaron en toda Latinoamérica por los cientos de femicidios que siguen ocurriendo, cuyos procesos judiciales no han terminado más que en la impunidad que les ha otorgado el silencio cómplice de la autoridad. En forma paralela, en distintas universidades la organización de estudiantes feministas comienza a cuestionar el fenómeno del acoso en los espacios educativos, para luego ampliar dicha crítica a la educación sexista, formal e informal. De dicha actividad salieron ejercicios interesantes, como lo ha sido el levantamiento de protocolos contra el acoso en los espacios educativos.


Sin embargo, siendo francas, la organización feminista aún no ha sido capaz de dar una respuesta íntegra y compleja al fenómeno de la violencia de género. Pues no hemos sabido elaborar políticamente, hasta el momento, sobre dicha forma de violencia, de manera tal que no hemos sabido ubicar el lugar que esta ocupa en el movimiento del sistema capitalista patriarcal en tanto relación social general. Ahora bien, ¿por qué nos parece tan esencial dicha pregunta? Porque sin estas respuestas, la elaboración programática del movimiento feminista, en tanto programa que se plantee combatir dicha problemática, es prácticamente imposible. Así, la dificultad más significativa en relación a no haber podido aún pensar la problemática de la violencia de género de forma tal que nuestro actuar no sea meramente reaccionario -y por ende, sin perspectiva estratégica-, es que dejamos ese espacio libre para ser llenado por cualquiera, y como sabemos, la dominación no nos espera, y muchas veces avanza más rápido que nosotras.


Como respuesta a lo anterior, han surgido distintas voces respaldando, por ejemplo, propuestas fascistas que plantean volver a la pena de muerte. O en la vereda más “progresista”, han habido quienes plantean como posible solución una “cárcel psiquiátrica laborista”, como si el abusador, el violador, el femicida, fuese un enfermo al que hay que tratar (cuyo remedio es nada más y nada menos que trabajar para el capital). Por último, y lo que es posible identificar como la tónica del movimiento feminista, y por lo tanto la propia, encontramos el discurso que comprende que el problema -y la solución- se encuentra en el sistema judicial, ya sea porque es inoperante o porque es indiferente ante el sufrimiento de las víctimas. Este discurso pide, en último término, que el sistema ampare a las víctimas, dando una respuesta “real” (logrando que el sujeto reciba un castigo) y protegiéndola de futuras agresiones.

Ahora bien, ¿qué tienen en común estas tres formas de comprender el problema? Pues que todas centran su cuestionamiento y su accionar en el victimario, es decir, comprenden que el conflicto se sitúa en la conducta de una persona particular, ignorando cuáles son las condiciones históricas que posibilitan el desarrollo de dichas acciones. Así, como respuesta a este sujeto particular, se plantean distintas soluciones: su neutralización, en tanto “sujeto malvado”; su tratamiento, en tanto persona enferma; o su marginación, en tanto potencial peligro insalvable. Todas son, a fin de cuentas, respuestas individuales y particulares; las cuales son producto inevitable de una comprensión particular del conflicto. Cabe destacar que en estas tres formas de mirar el problema, la compresión de la conducta del victimario es diametralmente distinta: mientras en la primera y en la tercera el sujeto es el único responsable de su conducta (es “culpable”); en la segunda, el mismo es visto como un “incapaz”, patologizando su conducta.


Ahora bien, desde la otra vereda, las tres posiciones miran a la mujer como víctima a la que hay que cuidar y proteger, como sujeta “más débil”, adoptando una posición esencialista sobre aquello que significa, al final, ser mujer. Dicha posición no solamente falla en considerar que hay algo que le es esencial a las personas con vagina, sino que ignora las dinámicas propias de la violencia de género, suponiendo que dicha mujer dejará de ser víctima si el victimario es castigado; ignorando así, las dinámicas del círculo de la violencia que muchas veces se dan dentro del fenómeno de la violencia de género en la pareja o en la familia en términos más amplios. La razón por la cual se dan este tipo de respuestas, como adelantamos en los párrafos anteriores, es comprensible. De hecho, esta comprensión no se escapa de aquella que se utiliza en el enfrentamiento de cualquier conflictividad social desde la lógica burguesa: el problema es el individuo, por ende, la respuesta debe configurarse en función de su conducta particular, haciendo caso omiso a que los conflictos sociales, particularmente el fenómeno patriarcal, son relacionales.


Sin embargo, si no existe elaboración sobre la violencia de género que la sitúe y ubique como parte de un movimiento general, la ansiedad de dar una respuesta a una realidad actual y macabra hará centrar la acción en aquello que tenemos más a mano: el individuo que ha violentado, apelando a un incremento del punitivismo, como única respuesta otorgada por la institucionalidad. Este tipo de respuesta nos parece problemática, principalmente, en dos sentidos: en primer lugar, nos lleva a exigir mayor intervención de una institucionalidad que ha demostrado, no sólo ser inoperante e indiferente al conflicto, sino que además es parte de la reproducción de la misma violencia, no porque esta sea “inherentemente patriarcal”, sino porque el problema es general y sistémico, y su respuesta nunca estará en una particularidad. Por otro lado, dicha respuesta nos obliga a adoptar una posición que desvía nuestros esfuerzos hacia una reacción específica, y no nos permite pensar en la totalidad, en tanto única opción que posibilite la emancipación de la clase trabajadora.

Pensar la cuestión de la violencia de género con perspectiva de totalidad, requiere hacer el esfuerzo de evaluar cuál es la funcionalidad de dicha violencia para con el sistema capitalista patriarcal en términos amplios. A nuestro parecer, la violencia de género opera como un dispositivo del capital que permite mantener la división del trabajo por género, haciendo que sean los cuerpos feminizados los que se ocupen de los trabajos asociados a la reproducción social de la vida, esto es, a aquellos trabajos destinados a la mantención, reproducción, cuidado, y sostenimiento emocional de personas ubicadas dentro de la familia. En este sentido, la violencia tiene una función normalizadora y disciplinadora de los cuerpos, pero cuyo origen no requiere un aparato externo para su reproducción, pues es el movimiento interno mismo del capital el que sostenidamente reproduce y produce dicha violencia.

Ante dicho panorama, se hace menester elaborar programáticamente el conflicto de la violencia de género, planteando propuestas concretas que miren la problemática desde una perspectiva de totalidad y que superen la lógica meramente acusatoria y reactiva. Este esfuerzo requerirá, de todas formas, una comprensión más acabada de dicho fenómeno que como feministas debiésemos comprometernos a observar y pensar proyectivamente.

Así, el desafío que se nos presenta es gigante, pues requiere que el movimiento feminista se consolide en tanto movimiento social con perspectiva de totalidad, es decir, desde la vereda anticapitalista, como condición de posibilidad para la construcción programática. Todo esto debemos tomarlo con urgencia, pues la dominación avanza y las posiciones reaccionarias ganan terreno. Debemos apurarnos en la consolidación de un movimiento feminista con perspectiva de totalidad que tenga capacidad de dar respuesta programática que efectivamente interrumpa el movimiento del sistema capitalista patriarcal, siendo herramienta de la clase trabajadora en su lucha por la emancipación.

Autor entrada: Convergencia Medios